Las cartas de Emma Hauck: observación de la escritura negativa

Letters of Note es una página que colecciona cartas de muy variados tipos. Nace, a decir de su fundador, Shaun Usher, de una fascinación por los manuscritos. El eje de Letters of Note es, más que la escritura como concepto literario, la materialidad de lo textual, el cuerpo de la escritura que deriva del cuerpo del que escribe. Antes que palabras, vemos desfilar trazos, huellas del lápiz, heridas en la superficie. Hay colecciones que nacen de la necesidad de dotar de sentido a lo inconexo. Otras que nacen del capricho de lo similar o del linaje de las cosas. Otras colecciones, quizá las más interesantes, son las que nacen del afecto y la fascinación. Fascinar, del latín fascinare, a su vez derivado de fascis, ‘haz’, es atraer mediante el ojo. Las colecciones son la imposición del ojo sobre la materia, su domadura. La escritura también es la imposición del ojo sobre el lenguaje, se escribe para ver.

Uno de los ejemplares más inquietantes de la colección son los escritos de Emma Hauck, las cartas compulsivas que le escribió a su esposo desde el hospital psiquiátrico de la Universidad de Heidelberg. Asegura Barthes en “Variaciones sobre la escritura”, que la imagen personal que nos hacemos de la escritura no es tanto el reflejo de la personalidad del que escribe (una condición en realidad ideológica) como el deseo del lector a quien se dirige. En el caso de las cartas de Hauck, es claro que no se trata de la delimitación de un yo mediante la escritura o de la búsqueda de la identidad mediante la reconstrucción narrativa de lo sucedido; las cartas de Hauck son léxicamente ilegibles, un testimonio de su deterioro emocional durante los años que pasó en Heidelberg, antes de ser transferida, dada su condición terminal, al Hospital de Wiesloch, donde murió once años después.

Lo que vemos/leemos es una escritura supérstite, testigo sobreviviente en la materia, que encarna el deseo de un fantasma a quien se dirige. Hauck escribía una y otra vez, la mayoría de las veces hasta llenar el papel, frases llenas de una ternura desesperada y amarga como “Herzensschatzi komm” (‘Corazoncito, ven’) o “komm komm komm” (‘ven ven ven). En sus cartas, como en la vida de Emma, el sentido se difuminaba en la oscuridad de la escritura ilegible; para ella, la escritura era una máquina de presencia, no se trataba de llamar al esposo ausente sino de ponerlo sobre la página, de formarlo con los restos del grafito, se podría decir que la escritura era una prótesis sentimental del esposo; la concentración de la escritura es la concentración de un deseo negado por la ausencia del lector único a quien se dirigían las cartas, su esposo. La escritura del delirio era la escritura del cuerpo ensimismado; en ella no cabe la representación, es puro cuerpo volcado sobre la página para recrear el sentido del tacto o del abrazo. Dice Barthes en el mismo ensayo, “Porque prolonga el cuerpo, la escritura compromete indefectiblemente una ética”, así, la ética (o mejor, el ethos) de Hauck se hace visible en sus cartas como una imposibilidad de la contención, pues hacerlo sería encerrarse doblemente entre las paredes del asilo y las paredes de la dominación corporal. Sin estetizar la escritura de Hauck, lo que sería acaso una forma de la colonización, podemos leer en ella la forma de la ansiedad que, antes que reflejar, actúa y ejerce un cuerpo desplazado hacia la página. Si el espacio en blanco de la página es la respiración del texto, una página en negro es una página angustiada, una respiración apagada, una exclusión del vacío sobre la hoja que es también una forma (una visibilidad) del vacío. Escribir es atraer cuerpos.

Carta de Emma Hauck

Las cartas de Emma Hauck son, sin proponérselo, una reconstrucción de la escritura en su matriz original. La escritura, se dice, se inventó como contrapeso de la memoria, es la retención de lo que no merecía o podía ser retenido; sin embargo, la escritura nació también como un vínculo secreto de quienes podían leerla, “la criptografía, dice Barthes, sería la vocación misma de la escritura”; sigue Barthes, “Existen también escrituras que no podemos comprender y de las que, sin embargo, no se puede decir que sean indescifrables, porque están simplemente fuera del desciframiento: son las escrituras ficticias que imaginan ciertos pintores o ciertos sujetos […]”. En el caso de Hauck, sin embargo, la escritura indescifrable, (“signos, pero no sentido”) no es fruto de la invención sino de la urgencia, antes que constituirse solamente como signo, se desplaza hacia el ethos de la escritura como gesto. Aunque compulsiva, deja de ser escritura significante para ser escritura que contempla; en su ilegibilidad se construye una forma de verdad más consistente que en la libre interpretación de los signos, la ilegibilidad es, entonces, una moneda única que no espera intercambio sino que se otorga como puro don.

Carta de Emma Hauck

Es común que entre pacientes con trastornos psiquiátricos se practique la escritura terapéutica, una forma de dialogar consigo mismo en el control de la pluma y las ideas o en una forma analógica que complemente escritura y secreto con confesión. La escritura de Hauck, aunque liberadora, no es terapéutica. No hay en ella un rastro de cura o consuelo, tampoco rastro de control o dominación sobre la producción de sentido. La escritura de Hauck hace del léxico, ritmo; borra su pretensión de sentido para modelarlo como percepción. La página como repositorio de la mancha es la vía negativa de acceso a la página y a la letra, es la sustitución heterológica de la dicción por la visión, el gesto paralítico devuelto a su procacidad hiriente. La escritura de Hauck es, antes que escritura ilegible, antiescritura, escritura negativa y paralítica; sin la voluntad de generar ficciones, la antiescritura de Hauck es, entonces, la negación de lo ficcional que es sustituido por la aceptación de un deseo inaccesible.

Si el lector es único y la escritura se dirige exclusivamente a él, todo intento de lectura y desciframiento es un acto de invasión, un ejercicio de indiscreción que prontamente se transformas en obscenidad. Si intentamos leer las cartas sometemos los objetos a una erotización del desciframiento, antes violenta que complaciente con el deseo que las originó; al observarlas, en cambio, testificamos una verdad que no por existente resulta accesible. Si Hauck escribía para no decir, los lectores observamos para no leer, sí para desplazar fantasmas y, quizá, mancharse en ellos.

(Una versión anterior de este ensayo fue publicada en la revista digital Telecápita)

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